febrero 16, 2012

Cáñamo industrial: El sueño belga que nos arrebataron

Antecedentes de la industrialización del Cáñamo (Cannabis sativa sativa) en Argentina. 


El caso Linera Bonaerense. (nota de Marcelo Violini publicada en la revista HAZE de diciembre de 2010)

¿Recordás cuando tu viejo te mandaba a la ferretería a comprar cáñamo para unir los caños del agua del bombeador que perdían, o la canilla que goteaba?

Vos volvías a casa con un paquetito de hilo (siempre envuelto en diario, no se usaba la bolsita de nailon) muy parecido al hilo sisal, sin darte cuenta, desconociéndolo, lo que llevabas entre tus pequeñas manos era el producto de la industrialización del Cannabis sativa sativa, el cáñamo industial.

Hoy, por más que busques y busques, ya no lo conseguís en ningún lado. Lamentablemente fue reemplazado por el venenoso teflón en el caso de sellamiento de caños.

A lo mejor recordarás la estopa, ese nido de hilos entrecruzados amarillento que el viejo usaba para todo, desde el pulido de la carrocería de ese coche viejo opacado por el sol hasta la limpieza de sus manos engrasadas cuando las metía por los recovecos del motor cuatro tiempos.

Tal vez tuviste un tío encuadernador como yo, que cosía los brolis con hilo de cáñamo (mi viejo me compraba todas las semanas en el kiosco El Libro Gordo de Petete y se lo mandaba a él para que lo arme). ¡Todavía conservo los ocho tomos y no se descosieron!.

Quizás, casi seguro, te calzaste las alpargatas de yute que no era yute sino cáñamo. Y no lo sabías.

Seguro leíste acerca de las inmensas velas de barcos fabricadas con telas a base de cáñamo o te calzaste un Levis original fabricado con la fibra más noble.

Puedo seguir y seguir con una lista innumerable de productos, pero no es necesario, para muestra bastan un par de botones.

Toda esta naturalidad que perdimos y que tiene que ver con la industrialización de nuestra planta amiga, el Cannabis sativa sativa, o cáñamo industrial o hemp, tiene una bella historia en la Argentina que nació de un sueño que no nos dejaron soñar.

En Argentina, en la década del 60 existió una empresa radicada en la pequeña localidad bonaerense de Jáuregui, provincia de Buenos Aires, vecina de Luján, que sembró, cosechó e industrializó el cáñamo, se trata de la Linera Bonaerense que formaba parte del complejo industrial Villa Flandria. Te contamos la historia para que sepas que es posible volver a los orígenes del trabajo y del esfuerzo.

A comienzos del año 1920, la empresa belga Stablissements Steverlynck, fundada por Adolf Steverlynck en el naciente capitalismo de 1880, exportaba telas y tejidos hacia la Argentina desde sus fábricas. Esta empresa “familiar multinacional”, capitalista, con fuerte sesgo feudal campesino, ingresó a la Argentina en el año 1923 de la mano del gobierno argentino de Marcelo Torcuato de Alvear, quien por ese entonces, impulsaba la industrialización sustitutiva, arancelando los tejidos importados y favoreciendo de esta manera la introducción de maquinarias y materias primas.

Es así como la empresa belga decide abrir una filial en nuestro país, ya que el negocio de importación argentina de tejido de Bélgica estaba sufriendo los altos impuestos que imponía nuestra legislación.

Fue Jules, conocido luego como Don Julio, hijo de la familia Steverlynck, quien abrió la filial en Argentina. En el año 1924, Julio Steverlynck junto a la firma Braceras y Cía. de Argentina fundan en la localidad bonaerense de Valentín Alsina la empresa Algodonera Sud Americana Flandria S.A. desarrollando una empresa paternalista con inspiración en los principios del catolicismo social, poniendo en práctica las bases de la enclíclica Rerum Novarum y de la Quadragésimo Anno del Papa León XIII, que consideraban a la propiedad privada como un derecho natural, pero proponía atemperar los efectos más perniciosos de la industrialización a través de la legislación social, del acceso a la propiedad por parte de los trabajadores y del respeto del derecho de asociación.

En 1928, Don Julio decide trasladar la fábrica al pequeño pueblo rural de Jáuregui en la provincia de Buenos Aires. Unas 28 ha donde había comprado un molino a orillas del río Luján, allí más que sentar una fábrica, se propuso levantar el “pueblo fábrica” disponiendo de la presencia de dos ferrocarriles, rutas cercanas, abundante agua y energía generada por el río.

Junto con la expansión de la actividad industrial, Steverlynck funda dos pueblos en las adyacencias de la fábrica: Villa Flandria Sur, en el año 1931 y Villa Flandria Norte en 1934.

La base de la política social de la empresa era el otorgamiento de facilidades a los trabajadores para que pudieran acceder a la propiedad de sus viviendas, haciéndose cargo de ofrecer los servicios básicos concernientes a la educación, la salud y la recreación. Los salarios eran altos. Instauró la jornada de ocho horas, el salario familiar y el premio por nacimiento de hijos antes de su legislación (se dice que el mismísimo Perón visitó a Julio por estos temas varias veces).

La empresa se expande rápidamente. En 1938 se añade una tintorería y en 1939 una hilandería de algodón con materia prima proveniente del Chaco. En 1941, Steverlynck funda Linera Bonaerense S.A., una empresa dedicada a los tejidos de lino. A los pocos años introduce el cáñamo, sembrándolo con semillas provenientes de Bélgica y cosechándolo anualmente al igual que el lino en la entrada de Jáuregui, en unas 150 ha de campos propios y otros rentados.

La fibra de cáñamo es considerada la fibra textil más larga. Por sus virtudes, esta planta acompañó al ser humano a lo largo de prácticamente toda su historia. En China se hace referencia a su explotación desde hace unos ocho mil años. En España se cultivó durante varios siglos seguidos con reconocimiento oficial especial, sirviendo para la confección de vestidos, velas navales y piezas de barcos, cordajes y papel. Las velas de las carabelas de Cristóbal Colón, la bandera estadounidense y los papeles en los que quedó plasmada su independencia fueron confeccionados con fibra de Cannabis sativa sativa.

En la Argentina, de la mano de Don Julio, existió, se crió y dio de comer a cientos de argentinos e inmigrantes.

La producción de la empresa estaba destinada enteramente al mercado interno. La firma vendía a mayoristas y a grandes casas comerciales desde sus oficinas en Buenos Aires, y no contaba con representantes en el interior, vendiendo directamente a representantes y mayoristas de los grandes centros urbanos, como Rosario, Córdoba o Mendoza. Entre los principales clientes estaban las grandes tiendas, como Harrod’s y Gath y Chaves, y las principales casas mayoristas textiles.

Reflotar esta idea de producción desde nuestras páginas tiene el propósito de aportar más hacia una nueva ley de drogas que no estigmatice a la marihuana como perdición de las masas (historia que viene desde la década del 30´ del siglo XX a través de una confusa política de prohibición a partir de una campaña camuflada como una defensa de la salud y de las conductas éticas, puesta en marcha por los intereses opuestos de ciertos sectores industriales estadounidenses para potenciar las nuevas fibras sintéticas como el nailon y otros polímeros para los que el cáñamo era un fuerte competidor), sino como fuente de trabajo para los argentinos, no queremos “Mons…truos” manejadores que patenten las semillas, queremos producción y desarrollo local intenso.
Linera Bonaerense fue la única empresa argentina que industrializó el cáñamo en nuestro país. Entre otros avances tecnológicos, se fabricaron aquí máquinas “desbolilladoras” que permitían obtener semillas de las plantas para la siembra del año siguiente, no tenían patentes las bolitas, iban directo a la tierra, sin permiso, al año siguiente. A la par de esta máquina funcionaba otra que las clasificaba en buenas y en descarte (no desaprovechaba nada, este último se utilizaba como abono para la tierra).
A este primer paso le seguía el proceso de “agramado” que consistía en sacarle la cáscara al cáñamo separando la fibra. Con este desecho se elaboraba madera aglomerada. De ahí, la fibra, era transportada a la Linera para el proceso de “carda”, donde a través de máquinas con sistemas vibradores se eliminaban los restos de cáscara y tierra. Al finalizar esta etapa salía por un lado la fibra larga para soguería y por otro el “estopín” (cáñamo mucho más suave que el algodón, amarillo color seda) que se vendían a otras empresas para su posterior procesamiento. Entre ellas se encontraban las que lo utilizaban para confeccionar la bases de alfombras.
Sólo en la época de cosecha del cáñamo, Lineras daba trabajo a 850 operarios (la mayoría de ellos provenientes de la provincia de Santiago del Estero), además de los 2000 que se ocupaban de su procesamiento.

Se sembraba como el maíz, separados entre sí unos 30 centímetros. Las plantas de cáñamo superaban los dos metros de altura. Para su cosecha se utilizaban dos máquinas diseñadas por los propios trabajadores, que lo cortaban al ras del suelo.

El final
En 1989 la firma entra en convocatoria de acreedores para cerrar definitivamente en el año 1995.
Muy poco se sabe de lo que aconteció con el cáñamo en la Argentina. Muchos de los “cañameros” fueron detenidos en varias oportunidades (aunque el Ministerio de Agricultura certificaba y permitía su producción en ese momento), como el director técnico de los campos de cultivo de Cannabis, el ingeniero agrónomo Ruben Batallanez. Otros tantos guardan ese secreto que queremos y debemos conocer. ¿Qué fue del cáñamo en la Argentina? Ese en el que vieron su potencial productivo Sarmiento y Belgrano entre otros.

Se tienen datos que para el año 1976 dejó de trabajarse en la siembra y cosecha el cáñamo. Desde esa fecha se perdió gran parte del registro de su industrialización. Las máquinas utilizadas para su producción se arruinaron y fueron vendidas como chatarra.

Solo nos queda la información que de boca en boca nos ofrecen sus ex trabajadores.
Eran tipos felices, el cáñamo no los perjudicaba, al contario, los hacía hombres de bien. La mayoría de la documentación sobre el cultivo y procesamiento del cáñamo fue incendiada por inescrupulosos. Los milicos lo ocultaron, lo negaron, lo prohibieron.
Después de la muerte de Don Julio en 1975, muy poco se conoce, él era el que tenía la data precisa, el que sabía de esta historia de progreso.
Según testimonios recogidos por Haze entre los ex trabajadores de la empresa, las semillas de cáñamo eran un polo de atracción para los habitantes de la villa. Ellas eran utilizadas, “de contrabando”, como alimento de canarios para que canten más y mejor y se reproduzcan con fuerza.

Cuentan que los hippies de los sesenta llegaban como “hordas”, de a cientos, a la estación de Jáuregui en el primer tren de las siete de la mañana para “tomar prestadas” las plantas de los campos que se erguían hacia el cielo en cantidades voluptuosas para los ojos del hombre (no sabían que por más que se fumaran hectáreas no iban a conseguir un viaje ya que el cáñamo contiene muy bajo contenido de tetrahidrocannabinol (THC), su componente psicoactivo) y otros, los vecinos más ingenuos, las utilizaban para decorar y adornar los pórticos y halls de sus hogares, ornamentando los jardines por la belleza de sus hojas.

Así como Don Julio lo hizo con su emprendimiento familiar, todos nosotros debemos refundar el sentido del trabajo próspero, encontrarnos entre tantos y darle marco a la industrialización de nuestra planta amiga, tan noble que en 10.000 años de conocimiento de su existencia tenemos la certeza de que no le ha hecho mal a nadie ni, mucho menos, ha matado a nadie.

Solo la codicia, la de los dueños de los petroquímicos, ha infundado en nuestra conciencia (eso creen) que nuestra amada planta es el “demonio”, claro la competencia con las fibras naturales era despareja, había que “endiablarla” y borrarla de la faz de la tierra, pero no, aquí estamos para promoverla y justificar sus bondades y beneficios sociales. Por el bien de todos.

FUENTE: REVISTA HAZE 2010
Marcelo Violini - Vlad

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dejanos un comentario , tu opinion vale mucho para nosotros..!!